26 abril, 2013

Haya o no Haya, La Haya será

En pocos meses la Corte Internacional de Justicia emitirá su fallo sobre la demanda interpuesta por el Perú con relación a la fijación de la frontera marítima con Chile. En la medida que nos acercamos a dicho momento, las prioridades cambian ya que lo que empieza a estar en juego no son kilómetros cuadrados más o menos de mar, sino la manera como nuestras sociedades han de enfrentar el fallo y el significado de esta reacción para cada uno de nuestros países independientemente, y para nuestro futuro como vecinos.

Un hecho alentador es que ambos gobiernos han expresado reiteradamente su compromiso con acatar el fallo, pero ¿cuál es la actitud de las personas?

Lamentablemente, tenemos razones para temer que el fallo, cualquiera que éste sea, ha de despertar entre las personas sentimientos contrarios al principio fundamental que está en juego: la resolución pacífica, civilizada, legal de las diferencias.

Si hay algo que los pueblos pueden aprender hoy es que lograr este tipo de resolución de las diferencias es mucho más importante que un pedazo de tierra o mar. ¡Qué diferencia con el espíritu militarista de 1879 o, incluso, de 1979!

Es tiempo que nuestros países empiecen a dar no sólo señales oficiales de respeto al fallo, sino de pedagogía política, estimulando entre los ciudadanos una sensación de victoria en el camino a la vida civilizada mucho más importante que unos puntos de crecimiento en el PBI. Asimismo, hay que anticipar y conjurar aquellas voces militaristas que creen que hoy es el momento de renovar arsenales, comprar tanques y demás. Hoy más que nunca es el tiempo de destinar los recursos públicos al desarrollo, a garantizar los derechos fundamentales de las personas, a desarrollarnos como una sociedad civilizada. Hoy que todas las fronteras están claras, es tiempo de pensar en políticas de desarme que pueden concordarse, o no, con los vecinos. Es tiempo de desminar completamente las fronteras (como se debió hacer desde hace mucho cuando se firmó el Tratado de Ottawa -Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y transferencia de minas antipersonales y sobre su destrucción) y reemplazar las armas con materiales y equipos para el desarrollo del país. Es tiempo de fortalecer la integración con nuestros vecinos y compañeros de historia.

Perú y Chile tienen cada vez más lazos comunes que nos unen en la construcción de futuro, estos lazos necesitan fortalecerse eliminando todo chauvinismo estúpido (¿hay otro?) y el fallo de La Haya, cualquiera que éste sea, será una victoria conjunta de ambos pueblos sobre la barbarie que aún habita en las mentes de muchos peruanos y chilenos.

Este post se publica intencionalmente el 5 de abril de 2013, 21 años después del que esperemos sea el último golpe de estado en la historia del Perú. Valorar la solución civilizada de los conflictos es exactamente la mejor manera de ponderar el significado de largo plazo de opciones autoritarias que, aunque oclocráticamente celebradas en su momento, terminan siempre minando las posibilidades de vida civilizada. Tener presente que aún un alto porcentaje de peruanos abraza opciones totalitarias y celebra la barbarie es una obligación moral.

19 abril, 2013

A propósito de la ECE 2012


El día dos de abril de 2013 la Ministra de Educación presentó los resultados de la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE) 2012, es decir, de la prueba de lectura y matemáticas que se aplica en segundo grado en todo el país desde 2007.

Hay muchas cosas que comentar al respecto: uno podría mencionar lo pobres que siguen siendo los resultados o destacar que se está mejorando poquito a poquito en el promedio nacional aunque las brechas se han incrementado (lo que, aparentemente, empezaría a estar cambiando), etc. En un próximo post me referiré a esos temas, hoy quiero enfocarme en un problema diferente.

¿Han notado que los resultados de la evaluación censal se presentan usando lo que en estadística se llama error estándar? Es decir, se presenta resultados que tienen un margen de error por lo que es necesario indagar si las diferencias son "significativas", es decir, suficientes para decir que son, efectivamente, diferencias. Ahora bien, estos errores son clave para un buen uso de información muestral ya que, efectivamente, una muestra probabilística bien diseñada representa la situación poblacional pero dentro de determinados límites de confianza o probabilidad (por ejemplo, una encuestadora dice que hay un "empate técnico" cuando un candidato tiene 29% de preferencias y otro 30% -la prueba de significancia justamente busca indagar si 30 es, con cierto grado de certeza, más que 29).

¿Resultados censales con errores estándar?
(esto no deja de recordarme mi examen parcial de Estadística Social II en la Universidad, cuando la gran profesora que teníamos nos puso información censal de una manera tal que la mayoría de los estudiantes asumió que era muestral y procedió, equivocadamente, de acuerdo a esto -gracias Ana) 

La explicación de esta situación radica en que quienes conducen las evaluaciones dentro del Ministerio saben bien cómo hacerlo. Es decir, tienen muy claro que la evaluación censal no brinda resultados que se puedan agregar de modo confiable a nivel nacional ya que: (i) la cobertura censal es diferente en distintas partes del país y se presenta lo que se conoce como "sesgo de selección", (ii) no hay garantía de que las pruebas se puedan aplicar de modo equivalente en todas partes, (iii) la información base presenta dificultades para definir el real universo a medir; entre muchas otras razones. Así, durante la "evaluación censal" se evalúa también a una "muestra de control" que es de donde se puede sacar los resultados confiables que se presenta a la comunidad nacional.

Entonces, cabe preguntarse, si la información que se usa viene de una muestra ¿para qué tener un censo?

La respuesta a esta pregunta radica en el origen de la evaluación censal. Esta no se hizo para que podamos saber cómo vamos a nivel país, o de las regiones, sino para que cada padre de familia pueda recibir un informe sobre la situación de su hijo en el entendido que al ver lo mal que están las cosas, éstos tomen un mayor protagonismo y actúen sobre la escuela y sus docentes para que éstos mejoren. Si bien estas razones no están claramente expresadas ni documentadas, algunos actores (especialmente fuera del Ministerio de Educación) lo han tenido siempre muy claro. Es decir, se buscó establecer un mecanismo de rendición de cuentas que dinamizaría la vida escolar. Eso no se puede hacer si la prueba no es censal.

Ahora bien, esta decisión tiene algunos costos: una prueba censal es muy grande y requiere muchos recursos no sólo financieros, sino también profesionales; conducir una prueba censal hace que el Ministerio limite su capacidad de explorar otras cosas que cabría explorar y que la unidad a cargo no puede hacer por la carga de trabajo que implica una evaluación censal.

Por otro lado, más allá de las virtudes de medir competencias básicas en grados tempranos, una evaluación censal en segundo grado limita la información que se puede acopiar: por ejemplo, hay preguntas que permitirían determinar el nivel socio-económico de las familias (variable clave para entender los resultados) que no se puede preguntar a niños de segundo grado.

Es decir, la evaluación censal sirve para informar a los padres (asumiendo que los informes de resultados efectivamente lleguen a éstos), pero nos limita a todos como comunidad nacional en términos de la información que se produce. En 2004, antes de la introducción de la evaluación censal, la evaluación muestral generó mucha más información la que fue muy útil para entender las cosas. Lamentablemente, entre entender y transformar hay un trecho muy importante.

Así, la pregunta es ¿cuánto ganamos con un evento censal? ¿Lo que ganamos compensa lo que perdemos?

En primer lugar, los padres reciben las libretas de notas de sus hijos, así que debemos suponer que ya cuentan con información sobre el desempeño de éstos y que lo hacen de modo regular a lo largo del año escolar. Luego, la información de la evaluación censal sería redundante y extemporánea. Claro está que uno puede objetar y decir que las notas en realidad no informan de modo adecuado sobre los aprendizajes (¿si sólo menos de uno de cada tres niños lee de acuerdo a lo esperado, cómo así la abrumadora mayoría tiene notas aprobatorias?). Si esto es así, lo que tenemos es que los docentes evalúan según quién sabe qué criterio, cuando se supone que deberían evaluar contra los aprendizajes esperados según el curriculum nacional y los curricula regionales. Entonces, ¿debemos tener una evaluación censal sólo por que las notas no sirven? Esta no parece ser una solución muy coherente.

En segundo lugar, tenemos el propósito por el que se estableció la evaluación censal. No sé si yo me he perdido de algo estos años que estuve fuera pero, hasta donde tengo entendido, no hemos presenciado una gran movilización de padres indignados por lo poco que aprenden sus hijos, ¿o sí? Evidentemente, uno podría argüir que los padres no tienen capacidad para movilizarse, pero durante estos mismos años hemos visto que las comunidades se movilizan y, en ocasiones, con mucha vehemencia y capacidad de presión. Un ejemplo muy claro: Conga. A mí esto me sugiere que hay capacidad para actuar y presionar, pero que ésta se moviliza únicamente cuando se trata de algo que le importa a las personas (por cualesquiera sea el motivo). Esto me permite sugerir una hipótesis general: a la población y a sus autoridades (por ejemplo en Cajamarca) les preocupa más la minería que si los niños aprenden a leer o a sumar. Eso sería el caso si, en realidad, se encuentran satisfechos con la educación que tienen, o porque no les parece que sea un problema que amerite el esfuerzo que, por ejemplo, Conga si ameritó. Así, debo imaginar que Conga (u otras casos como éste) es más importante que el aprendizaje de los niños.

Por otro lado, imaginémonos una situación en la que efectivamente la evaluación produzca el resultado que imaginaron quiénes vendieron la idea de tenerla. ¿La movilización de los padres podría, efectivamente, hacer que los niños aprendan lo que no están aprendiendo? La respuesta sería afirmativa si la razón por la que no se enseña de modo efectivo a leer y sumar fuese que los docentes no quieren hacerlo. En ese caso, un poco de presión los podría “motivar”. Pero, ¿es ése el problema? ¿No será más bien que hay muchos docentes que o no saben cómo enseñar o sabiendo hacerlo no cuentan con los medios para hacerlo? La ilusoria e improbable movilización de padres no va a cambiar esto.

Así, la evaluación censal nos brinda menos información de la que necesitamos en aras de producir un resultado que no sólo no se produce (como hemos visto a lo largo de cinco años), sino que no puede producirse.

¿No es tiempo de reevaluar en serio si necesitamos una prueba censal?
¿No sería mejor tener –con los mismos recursos- evaluaciones muestrales que cubran más áreas y en más grados? ¿No cabría tener una evaluación censal cada cierto tiempo, digamos dos o tres años, con el propósito de identificar escuelas que necesitan ser intervenidas/apoyadas de modo decidido? ¿cuál es el lugar de las evaluaciones internacionales en este escenario?

12 abril, 2013

Subidas y bajadas

Como parte de mi retorno al Perú he estado haciendo uso de lo que mal llamamos transporte público (en otro post me referiré a este tema) y, por supuesto, una de las cosas que siempre me ha llamado la atención es que en los buses que tienen dos puertas y existe la indicación de que una es para subir y la otra para bajar, dichas indicaciones no tienen siquiera un valor referencial ni para los pasajeros, ni para los responsables del vehículo (chofer y cobrador).

Hace unos días, subí a uno de estos buses y noté que dichas indicaciones aparecían en un sentido en la parte exterior del bus y en sentido opuesto en su interior. Es decir, a los que están afuera se les dice que la puerta delantera es la de subida y la posterior de bajada, mientras a los que ya están en el bus se les dice lo opuesto. Esto, en un universo donde lo escrito tiene sentido, produciría una absurda congestión en las puertas que, en el Perú, se produce igual ya que siempre son usadas de modo indistinto independientemente de lo que esté escrito.

En un tono más bien jovial le comenté al cobrador esta situación. Este me miró con una mirada de tal nivel de extrañeza que por un momento estuve a  punto de dudar si yo había hablado en castellano. Más allá de la expresión de su rostro, el personaje no articulo respuesta alguna.

Habiendo leído hace muchos años los excelentes trabajos de Juan Biondi y Eduardo Zapata, nada de esto me extrañó pues en el Perú, la letra escrita es lo extraño, lo ajeno, lo carente de sentido.

De hecho, este post juega con una afirmación que no es empíricamente correcta: asume que lo escrito en el bus es información que se busca transmitir a alguién, asume que es un mensaje cuando en realidad no es sino un elemento pictórico (probablemente obligado) que no pretende decirle nada a nadie y, más aún, que los potenciales receptores tampoco tienen el más remoto interés en recibir como mensaje.

Y pensar que Alan García se atrevió a decir (y a establecer un día para recordarlo) que el analfabetismo había sido "erradicado" del Perú (afirmación que, en sí misma es un sin sentido total por muchas razones que son objeto de otro post).

La enajenación que marca la relación entre el peruano y el texto escrito es un tema mayor que penosamente no recibe ni cinco centavos de atención de parte de prácticamente nadie. ¿Hasta qué punto los docentes reciben formación para enseñar a leer que considere la oralidad del país? (ciertamente también cabe preguntarse hasta qué punto los docentes son capacitados para enseñar a leer a secas) ¿No es esto acaso algo escencial para identificar zonas de desarrollo próximo? La relación entre capacidades lectoras y oralidad parece ser un tema inexistente para aquéllos que gestionan las acciones públicas en educación y, lo que me preocupa mucho más, para los propios dizque ciudadanos.

05 abril, 2013

¿Prescribir o habilitar? That is the question

El mal comienza cuando, en lugar de estimular la actividad y las facultades de los individuos, y de las instituciones, los sustituye con su propia actividad; cuando, en lugar de informar, y aconsejar, y si es preciso, denunciar, él los somete, los encadena al trabajo o les ordena que desaparezcan, actuando por ellos. El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que le componen; y un Estado que pospone los intereses de la expansión y elevación intelectual de sus miembros en favor de un ligero aumento de la habilidad administrativa, en detalles insignificantes; un Estado que empequeñece a los hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con hombres pequeños, ninguna cosa grande podrá ser realizada; y que la perfección del mecanismo al que ha sacrificado todo acabará por no servir de nada, por carecer del poder vital que, con el fin de que el mecanismo pudiese funcionar más fácilmente, ha preferido proscribir.

Aunque parezca una crítica de aquello que fuera llamado "socialismo real", el texto anterior en realidad fue originalmente publicado en 1859, es decir, once años antes del nacimiento de Lenin y sus seguidores. El texto es el cierre de la obra "Sobre la Libertad" de John Stuart Mill y anticipa las debilidades centrales de cualquier enfoque estatista, al tiempo que presenta una reflexión fundamental acerca de la manera como se manejan los asuntos públicos: ¿qué debe hacer el Estado?

La respuesta de Mill a esta pregunta es muy simple, el Estado debe permitir y facilitar que la gente actue, no debe actuar por la gente.

Esta idea de profunda raigambre liberal se ha ido verificando a lo largo de los años no sólo por el colapso de los sistemas estatistas sino, y fundamentalmente, por que la comprensión de los asuntos humanos que avanzan las ciencias sociales muestra, de modo sistemático, que el orden social es un orden emergente que se basa en la acción de las personas y no en un "plan" (quinquenal o de cualquier otro tipo) que prescribe lo que se supone que, a juicio del burócrata, la gente "debe" hacer.

Diversas áreas de la vida tratan de ser reguladas por burócratas especializados que se irrogan facultades que no tienen ya que nadie es omniscente y, justamente, el cambio social se procesa siempre en formas inimaginadas e inimaginables en miríadas de contextos locales. Reconocer que el orden social es un cosmos (un orden que emerge de la acción de cada agente) y no un taxis (un orden impuesto por un ser en particular), usando las expresiones griegas que Hayek retomó hace mucho tiempo, lleva a entender que el rol de la política debe centrarse en habilitar a los agentes para que estos actúen según su mejor saber y entender. Así, no existe un "eje" del cambio social ya que éste es omniaxial.

Burocracias perdidas bajo el peso de su propia torpeza pasan la mitad del tiempo inventando "soluciones" y la otra mitad del tiempo tratando de lidiar con el hecho que la gente no actúa como el burócrata quisiera o espera. ¿No sería acaso más provechoso brindar las condiciones, los recursos, las normas, las seguridades que la gente necesita para actuar? ¿En qué medida las políticas estatales apoyan a los ciudadanos en vez de tratar de ensayar "soluciones" pergeñadas en el seno de la burocracia?

En diciembre de 2012 participé en un seminario en el que uno de los expositores criticaba el hecho que las políticas públicas en educación estaban en manos de "edu-cratas", durante mi presentación, me permití discrepar y decir que en realidad se trataba de "buro-cadores" ya que es la vocación prescriptiva lo que prima incluso por encima de sus preocupaciones educativas.

En un país y un tiempo donde el (sólo hasta cierto punto) liberalismo económico parece haberse consolidado como ideología compartida por casi todo el espectro político y mucho de la ciudadanía, sería importante tratar de cultivar algo de lo mejor que trajo al mundo el liberalismo político: una noción fuerte de ciudadanía, de su accionar y responsabilidad que se puede cultivar con políticas públicas que no expropien la capacidad de actuar de las personas sino que, justamente, se aboquen a apoyar dicha capacidad.

Sólo aquéllos que conciben al Estado como "Papá Gobierno¨ tienen interés en desplegar una gran diversidad de acciones y programas que sirven para reforzar una posición subordinada de las personas que terminan desarrollando estrategias diversas para acceder a los favores del "Papá Gobierno". Un país de ciudadanos, no necesita de esa forma de accionar sino de un Estado que regule y garantice los derechos de todos por igual.